«La primera cámara de fotos que me compré fue con un dinero que sisé a mi padre, que tenía un puesto de bacalao en el mercado. Por cierto, que el bacalao al pil pil me sale muy bueno, no es difícil. En mi caso, no se cumple ese dicho de en casa del herrero cuchillo de palo». Así de pícaro era Ramón Masats (Caldas de Montbiu, 1931 – Madrid, 2024), fallecido recientemente, cuando relataba la forma en la que había conseguido su primera Leica. «No puede uno estar callado, ¿eh? No sé cómo, al final mi padre se enteró, y me pegó una hostia hermosa; pero a mí me daba igual, ya tenía la fotografía arraigada», manifestaba divertido cuando le preguntaban por aquel hurto inocente.

Masats fue el fotógrafo que retrató una España que ya no existe, por eso sus imágenes tienen tanto valor. Por eso, y porque sus fotos poseen una mirada transgresora y a la vez tierna, y encuadres llenos de curiosos personajes. Es el retratista –aunque sea ese un género formal que no solía trabajar de manera formal o por encargo, con excepción de la fotografía retrato que le hizo a Franco– de las gentes sencillas.

Es Masats el Miguel Delibes de la fotografía, el que con una cámara deja constancia de que en lo sencillo también se encierra una gran belleza. Esa que nada tiene que ver con la opulencia. De hecho, y curiosamente, ambos autores trabajan juntos en Viejas historias de Castilla la Vieja (1964), un espacio editorial donde las fotografías de catalán acompañan al relato rural del vallisoletano.

De aquel trabajo es esa conocida fotografía de cuatro campesinos en los campos de Castilla arropados por la cabeza con cuatro mantas de lana estampadas con cuadros. «Lo que más me interesa a mí es la fotografía humana. Se nota en mi trabajo que tenía ilusión, que no estaba quieto nunca y que me metía donde no me llamaban. En general, estoy muy satisfecho de lo que he hecho. Miro a mis fotografías con mucho cariño», apuntaba. Eso sí, no las ponía en su casa: «¿Para qué? Yo ya me las sé y las he visto todas».

«No convocaba a la nostalgia»

Campesinos castellanos, para ‘Viejas historias de Castilla la Vieja’. @Ramón Masats

«Tenía una mirada que no convocaba a la nostalgia, sino al gozo. Atesoraba un sentido más irónico que sarcástico y una profunda socarronería, sobre la que fue construyendo ese carácter suyo, trasgresor e irreverente, que marcaría su mejor fotografía», escribía Publio López Mondéjar, fotógrafo, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y amigo de Masats, en el catálogo de la exposición Ramón Masats, un don innato de la Galería Blanca Berlín, su galerista de siempre, esa en la que confió desde que abriera su espacio en Madrid, a pesar de ser una «galerista novata», como explica la propia Berlín.

Confiesa Berlín que desde que abrió su espacio, siempre quiso que la primera exposición, la de inauguración, fuera una dedicada a Ramón Masats, y así fue. Aún recuerda, y así lo rememora, aquellos nervios del momento en el que se puso a marcar el número de teléfono de Masats, proporcionado por López Móndejar. «Te confieso que llamé a Ramón absolutamente asustada porque para mí era un genio, pero fue encantador. Me citó al día siguiente en la cafetería Manila de Gran Vía y ahí me encontré con un hombre maravilloso, divertido y generoso que se puso en mis novatas manos. Fue algo que siempre le agradecí. Ahí es donde se inició nuestra relación comercial y también de amistad».

Con los años, el fotógrafo abandona por completo la cámara en 2006 tras hacer su último trabajo: Cuenca en la mirada, y participaba con gusto en todo aquello que se le proponía, como aquella impresionante exposición en Tabacalera de Madrid, bajos el nombre Visit Spain. López Mondéjar dice que, a pesar del paso del tiempo, lo único que no había perdido Masats era «su propensión a la misantropía y su afición a la soledad. Atrincherado en su tozuda obstinación, recibe los reconocimientos con indulgente complacencia y cierto regocijo socarrón». En 2004, Masats fue reconocido con el Premio Nacional de Fotografía, uno de los grandes reconocimientos en España. Admiraba a Henry Cartier-Bresson, a Cristina García Rodero y a Chema Madoz, tres de los grandes.

Con la muerte de Masats, asegura López Mondéjar, se ha perdido «al más grande de todos los fotógrafos vivos que nos quedaban. El mejor, el más querido, el más humilde. Muy culto y, sobre todo, un fotógrafo que, si no hubiera nacido en este país, hubiera tenido la importancia de Cartier-Bresson. Pero vivimos en un país donde la obra de nuestros artistas es un oficio poco útil y las autoridades están interesadas en otras cosas, como vemos».

Sin dinero y sin agencia Magnum

Sanfermines. @Ramón Masats

El gran espacio de la fotografía profesional era entonces –y es–, la gran agencia de fotos Magnum, nacida en 1947 tras la II Guerra Mundial, cuando un pequeño grupo de reporteros de guerra decidieron cambiar la forma de hacer fotoperiodismo: tener la libertad de elegir qué fotografiar y cómo mostrar sus fotos.

Uno de los más grandes y tempranos trabajos de Masats fue la serie fotográfica que hizo de Los Sanfermines (1957), que se convirtió en libro en 1963. Llegó a Pamplona para disfrutar de la fiesta y hacer un gran reportaje fotográfico de una de las grandes tradiciones de los veranos españoles e inmortalizar a los corredores de los encierros y aquellos detalles escondidos entre la muchedumbre que se movían por las calles, como la del perro y el pie. «Quería probarme como reportero y me fui a Pamplona. Para conocer la fiesta me aceptaron en una peña, pero puse como condición el no tener que beber. Me lo permitieron, a condición de que no probara la bota de ninguna otra peña. Al final terminé cogiéndome una cogorza de campeonato y no podía ni moverme. No hacía más que ver pasar ante la cámara fotos estupendas sin ser capaz de capturarlas», contaba siempre con guasa.

Con aquellas imágenes, Masats acudió a Magnum con el fin de acceder a este Olimpo fotográfico; sin embargo, la falta de liquidez le dejó a un paso de abrir esa puerta: «Me fui a París en 1956 a enseñar el reportaje a la agencia, les gustó y me pidieron que lo completara; pero no me lo pude financiar y mi padre tampoco me ayudó, por lo que la posibilidad de ingresar en Magnum ahí se quedó, en vía muerta».

Muchos especialistas e historiadores de la fotografía creen que aquella negativa de su padre a financiar el trabajo de Masats fue una pérdida, no sólo para su hijo, sino para la cultura fotográfica española. Opinan que si Masats hubiera ingresado en esta gran agencia Magnum, el escenario y el aprecio de la fotografía profesional en España hubiera sido otro.

Un gol de chilena y con sotana

Seminaristas de Madrid. 1960. @Ramón Masats

De entre todas las imágenes de Masats, hay una que es la súper icónica, esa conocida por todo el mundo, pero que pocos saben que es del catalán, y es la del seminarista jugando al fútbol en el Seminario Conciliar de Madrid. Una foto que hizo con una cámara Leica y que le costó más de un disparo. «El gol lo metió de chilena levantándose la sotana. En esta ocasión recuerdo que fueron 10 o 15 disparos hasta que conseguí la que estaba buscando. Al cabo de los años el portero, que sigue siendo sacerdote, contactó conmigo. Comentó que si hubiera llevado chándal seguro que la habría parado», señalaba Masats.

También hizo varios trabajos recorriendo La Mancha para la Secretaría de Turismo y entre todas aquellas escenas cotidianas que pasaban bajo su mirada, destaca esa en la que se ve a una mujer ataviada de negro, tan típico de las señoras de pueblos manchegos, pintando una raya de color azul añil en el perímetro de su casa de Tomelloso (Ciudad Real), que entre otras cosas, ha sido etiqueta de vinos de Ribera del Duero de Bodegas Valderiz.

Ramón Masats contaba que al pasar al lado de esta escena, la señora le miró un instante y después siguió a lo suyo, ignorando por completo su presencia. Solía preguntarse el fotógrafo para qué serviría aquella raya y al parecer, después descubriría, que era un ungüento para mantener alejados a los bichos de las bodegas.

«Un catalán en Madrid»

Tomelloso. Ciudad Real. @Ramón Masats

Llega a finales de los años 50 a Madrid para trabajar en la Gaceta Ilustrada y en la Secretaría de Turismo, integrándose de forma muy natural en grupos de fotógrafos, intelectuales y artistas como AFAL, el Paso o La Palangana, junto a Cualladó, Ontañón y Paco Gómez. «No éramos conscientes de que estábamos retratando una época. Nos pateábamos los barrios y los pueblos cercanos y después nos enseñábamos las fotos. En uno de los encuentros dije de coña lo de la palangana y así se bautizó ese grupo», explicaba.

Fue Ramón Masats, como dice López Mondéjar, «un catalán en Madrid y un madrileño en Cataluña, un ciudadano del mundo que nunca buscó la fortuna o la celebridad, sólo ambiciona ya, como su admirado Walter Benjamín, la gloria sin la fama, la grandeza sin brillo y la dignidad sin sueldo».

Precisamente, sobre la relación con el dinero de Masats, cuenta Oscar Tusquets, el arquitecto hermano de la editora Esther Tusquets, una anécdota que deja constancia del nivel de exigencia que tenía con su trabajo. En Amables Personajes, un libro donde Tusquets dedica pequeños relatos a personas del mundo de la cultura y la sociedad, cuenta que «Ramón Masats nos propuso un libro, y mi hermana Esther, Lluís Clotet y yo lo acogimos con entusiasmo. Se trataba de un libro fotográfico sobre España. Así de sencillo y así de ambicioso: dar la visión masatsiana de nuestro país».

El libro masatsiano que no fue

Ramón Masats, fotógrafo. @Archivo

Prosigue explicando que Masats les mostró varias fotografías que «nos dejaron anonadados y nos hizo comprender que para una empresa de tal magnitud, precisaba un mínimo de dos años de dedicación exclusiva, y que sus medios económicos no le permitían abandonar los ingresos de otros trabajos».

Entonces, cuenta Tusquets, «se nos ocurrió fijar una mensualidad como adelanto de sus futuros derechos de autor. Pidió una mensualidad muy razonable y se puso manos a la obra. Pero, ante nuestro absoluto desconcierto, al cabo de varios meses, nos suelta que no se ve capaz de realizarlo con el nivel de calidad que él se exige a si mismo; pero que no nos preocupemos, que el dinero adelantado nos lo irá devolviendo en el menor tiempo posible. Y así lo hizo. Esta anécdota explica como ninguna el carácter de Ramón Masats. El libro habría sido impresionante y hoy sería un clásico indiscutible, como el New York de William Klein o el Nothing Personal de Avedon».

Un artista imprescindible

Sanfermines. @Ramón Masats

Al igual que para López Mondéjar y todos los que conocían la obra de Masats, Berlín sentía predilección por su obra porque para ella, apunta, ha sido «un artista imprescindible» que, además, aún tiene la capacidad de sorprender con fotografías que aún no han sido vistas. «Es impresionante las imágenes buenas que tenemos de Ramón, son increíbles. Ahora estamos repasando todo el material entre Sonia Masats, su hija; Chema Conesa –también fotógrafo– y yo, y están saliendo unas joyas… Salen y seguirán  saliendo, estoy segura. No he visto una obra más prolífica que la suya». Chema Conesa dice que «no quería ser moderno, tenía un don. Era un hombre grande y con fuerza, de esos que cuando pasan parece que mueven el viento y te tira los papeles. Cuando entra, se nota».

La Galería Blanca Berlín espera hacer una exposición sobre Ramón Masats a finales de año, como homenaje y tributo a este fotógrafo de las gentes sencillas que durante años dijo a todo el mundo que había conseguido su primera cámara de fotos en una tómbola.

@MaríaVillardón